MANIFIESTO 'LA LIBRE INTERDISCIPLINARIEDAD'

            Construir conocimiento significa construir identidad. La identidad no tiene que ver con un nombre, un número, un documento oficial o cualquier otra mera abstracción. Tiene que ver con el pensamiento. Pues la sustitución de una letra o un dígito por otra u otro no conlleva una sustitución de una parte de tu identidad. Las ideas, hijas del pensamiento esculpido, no son meras abstracciones. Las ideas son el pilar maestro de las opiniones y de los juicios, los cuales se transforman en modos de proceder, de hablar y de vivir, esto es, en actos físicos propios e individualizados que tienen repercusión en la vida.

            Sin embargo, en nuestro día a día comprobamos con cada vez mayor asiduidad –y lo que es peor, con cada vez mayor indiferencia– que las identidades, aunque aún bombilleantes, viven, sin alertarse, con el riesgo de caer, o en una gris linealidad, o en el extremismo de los blancos y negros, esto es, de que se diluyan sus matices, que son los que moldean a la persona. Tal es el peaje de la inmediatez y de los botones cómodos fruto de la mala explotación, uso y disfrute de las tecnologías de la información –de la tecnología que nos rodea, en general– que, en su afán por ahorrar escalones intermedios, como si de una relación básica de estímulo/respuesta se tratase, y no de un proceso de pasos lógicos, dan lugar a una concepción de la adquisición de conocimiento de acuerdo a los mismos términos de ahorro, cuando un proceso de construcción propia, en el sentido de probar y equivocarse, de descubrir y no de asumir, es tan necesario en pos de conocer los mecanismos básicos para saber razonar y emitir razonamientos propios con intención de y, por tanto, para formar identidad. Para ser una persona. Podemos hablar, por tanto, de una sucesión lógica, en este sentido: acceso, conocimiento, pensamiento, idea, identidad, expresión y persona.

            Esta revista surge como marco para que diferentes manifestaciones, ya se sirvan de la palabra, del sonido o de la imagen, ya tengan carácter principalmente crítico, artístico, teórico o descriptivo, gocen de un punto de encuentro e incluso de contacto y, por tanto, de fusión. Porque las maneras de manifestarse y plasmar identidad y vida no entienden, en su carácter funcional, de formas, sino tan sólo de fondos y fines.

            Por supuesto que tal punto de vista no significa que censuremos el estudio de la forma, pues, sin duda, es este necesario en tanto que el análisis del método posibilita que, más allá de genios innatos, se avance en la innovación a la hora de crear, pero sí que otorgamos la importancia vital a la reacción y el sentimiento, porque son estos comunes a todas las personas pensantes, sin distinguir entre las que son conscientes, gracias a sus estudios externos, y las que no lo son, ejecutores de su conocimiento interno adquirido.

            La publicación se llama Dupin porque nos remitimos a las palabras del narrador innominado de La carta robada de Edgar Allan Poe, protagonizada por el pensador lógico C. Auguste Dupin, y porque nos guía la idea de lo ecléctico como medio solidario para con la construcción del conocimiento:

–If it is any point requiring reflection –observed Dupin, as he forebore to enkindle the wick–, we shall examine it to better purpose in the dark.
–That is another of your odd notions –said the Prefect, who had a fashion of calling every thing "odd" that was beyond his comprehension, and thus lived amid an absolute legion of "oddities."[1]

            Es libre porque tiene cabida todo tipo de pensamiento, siempre que no sobrepase las lindes del respeto.

            Es interdisciplinar porque no pone límite a las fórmulas de expresión y al enriquecimiento recíproco, a lo cual contribuye su carácter digital, pues permite que se puedan adjuntar enlaces a contenidos audiovisuales cuyo acceso depende tan sólo de un golpe de ratón.

            Es de libre interdisciplinariedad porque deja a la voluntad del sentimiento del creador la medida en la que quiera plasmar tal enriquecimiento y la puesta a punto del mismo entre formas de sentir en apariencia distantes, pues tal separación no existe en lo funcional porque, en definitiva, el sentir es igual aunque haya muchas maneras de expresarlo.

No he de callar por más que con el dedo,
ya tocando la boca o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.

¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?

Hoy, sin miedo que, libre, escandalice,
puede hablar el ingenio, asegurado
de que mayor poder le atemorice.

En otros siglos pudo ser pecado
severo estudio y la verdad desnuda,
y romper el silencio el bien hablado.

Pues sepa quien lo niega y quien lo duda,
que es lengua la verdad de Dios severo,
y la lengua de Dios nunca fue muda.

Francisco de Quevedo


Manu Ibáñez




[1] –Si es un caso que requiere reflexión –observó Dupin, absteniéndose de encender la mecha–, lo examinaremos mejor en la oscuridad.
–Esta es otra de sus extrañas ideas –dijo el Prefecto, quien tenía la costumbre de llamar “extrañas” a todas las cosas que superaban su comprensión, y que vivía así entre una legión completa de “extrañezas”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario